El número de suicidios en el ámbito militar casi dobla al del ámbito civil
Cartel del Programa de Prevención de Asaltos Sexuales, presente en las bases norteamericanas.
Para la soldado norteamericana A. V., de 25 años y original de Puerto Rico, lo más impactante de los ocho meses que ha pasado destinada en Irak no han sido las patrullas en ciudades hostiles, la amenaza de resultar amputada o muerta como consecuencia de una explosión ni la expresión de los niños “que nos miran con odio, como si hubiésemos matado a su padre o encarcelado a su hermano”. La experiencia más vívida y desagradable tuvo lugar hace un par de meses, cuando le tocó acudir a un seminario del Ejército destinado a evitar el acoso sexual entre la tropa.
“El oficial a cargo nos dio su charla. Cuando terminó me pidió que me quedara mientras él despedía al resto”, recuerda la joven. “Nos habíamos visto varias veces y ya me había hecho sentir incómoda, pero esta vez vi que, en la pantalla de su ordenador, estaba abierto mi perfil de Facebook. Estaba mirando mis fotos y no me gustó cómo lo hacía. Entonces regresó: se sentó muy cerca de mí y comenzó a utilizar un tono meloso. Que si yo le gustaba mucho, que si ya me habría percatado de lo que sentía hacia mí, que debía esperar comenzar a recibir flores… Me preguntó cuáles eran mis sentimientos hacia él, le dije que carecía de ellos. Me sentí asqueada y amenazada. Me levanté y me marché”.
La portorriqueña no daba crédito a la situación: se sentía acosada por el oficial encargado de evitar los acosos sexuales en su base de operaciones. Decidió no denunciarle sino advertir de lo ocurrido a un superior del mismo rango, quien habló personalmente con el implicado. Para A. V., la presión del oficial se ha acabado, pero no descarta tener la misma situación por parte de otros compañeros. “Está mucho más extendido de lo que se confiesa. Apenas se denuncia”.
No hace falta indagar mucho para descubrir los demonios internos del Ejército norteamericano. Es poco frecuente que los soldados hablen –cuando lo hacen, siempre es bajo anonimato- con un periodista, pero cualquier visita a las bases norteamericanas esparcidas por Irak, plagadas de carteles que promueven la denuncia y la asistencia para las víctimas, arroja como conclusión que, para Washington, los grupos armados de Irak o Afganistán no son el único enemigo. Uno más poderoso e incontrolable se extiende desde el interior de las fuerzas armadas, cuestionando sus tradicionales ‘valores’ y convirtiendo en una pesadilla el desplazamiento de algunos reclutas: el acoso y los abusos sexuales y las depresiones y los suicidios.
En la cantina, en las oficinas, en la lavandería y en las letrinas los carteles se multiplican. “Yo soy fuerte: interviene, actúa y motiva [contra el asalto sexual]”, reza uno firmado por el Programa de Prevención y Respuesta al Asalto Sexual en el Ejército de EEUU. “El asalto sexual está penado por el Código Jurídico Militar norteamericano”, recuerda otro. “Dale voz a ellas: vigila contra el asalto sexual”, insta un póster que llama a los compañeros masculinos a denunciar a los agresores.
Las cifras oficiales confirman que se trata de un problema muy real. En 2009, el número de asaltos sexuales en el Ejército norteamericano aumentó el 11%, según ha admitido el Departamento de Defensa estadounidense, si bien reconoce que es imposible saber el número real de asaltos porque muchas víctimas no denuncian por temor a represalias por parte de sus superiores.
Pese a ello, en el Ejército se dan más agresiones sexuales que fuera de sus filas, según un estudio de la Fundación para la Prevención de la Violencia Familiar, que afirma que 2 de cada 1.000 soldados son víctimas de estos abusos frente al 1.8 civiles de cada 1.000 que padecen agresiones similares. Según un informe del Pentágono difundido por la CBS, una de cada tres mujeres soldado ha padecido abusos, frente a 1 de cada 6 civiles que ha afrontado semejante situación.
El Pentágono implantó el citado Programa de Prevención y Respuesta en 2006, a petición del Congreso de Estados Unidos, tras constatar el fracaso de su plan anterior. Creado en 2004, se trataba de una iniciativa destinada a destinar a cada instalación militar coordinadores preparados para aconsejar a las víctimas y responder a los asaltos sexuales, pero no dio grandes resultados. En 2005, se instauraron dos formas de denuncia: restringida, mediante la cual la víctima recibe asistencia pero los mandos de la misma no son informados ni se abre una investigación, y la no restringida, que conlleva investigación oficial. En 2006, finalmente se lanzó el Programa de Prevención I A.M Strong, que juega con las siglas de “Interviene, Actúa, Motiva”.
La experiencia dice que, pese al aumento de denuncias de ambos tipos, el sistema no funciona. En 2006, se denunciaron 2.974 casos de violación y asalto sexual: sólo 292 acusados terminaron ante una corte marcial. En 2007, se produjeron menos procesos judiciales militar. Y las denuncias aumentan: si en 2008 se registraron 753 denuncias restringidas y 2256 no restringidas, en 2009 las cifras aumentaron a 837 y 2516 respectivamente.
Aunque se producen abusos contra hombres, las grandes víctimas son las 200.000 mujeres soldados activas en las filas norteamericanas. En Irak, se las puede ver en todos los ámbitos aunque en un número más bien reducido, en comparación con sus colegas masculinos. No se menciona el tema si bien es omnipresente. En las dependencias burocráticas no falta un mostrador con folletos del programa I A.M. Strong, y el canal del Ejército, que emite en las pantallas de plasma colocadas en aeródromos y zonas de esparcimiento, las películas y la lucha libre son interrumpidas por anuncios como el que muestra a una joven soldado despidiéndose de un colega antes de entrar en su barracón. Cuando va a cerrar la puerta, el brazo del sargento empuja a la uniformada hacia dentro y cierra la puerta. Los gritos de la chica anticipan el resto.
Otro anuncio de la AFN (American Forces Network, el canal militar que se emite en las bases) llama la atención. Se trata de una suerte de dibujo animado que retrata con simples trazos blancos y negros a un soldado aburrido frente a su tienda de campaña. El dibujante le pone en las manos unas pesas, luego unas cartas, más tarde un libro, luego un lápiz y un papel: el objetivo es mantener al monigote entretenido. “Relájate y golpea el estrés”. El mensaje no es un simple inductor al entretenimiento, sino una forma de evitar el número de suicidios.
Las tendencias depresivas, sumadas a las agresiones descritas, los abusos de poder que se dan en el ámbito militar, el estrés del combate, la lejanía del hogar y otros factores han elevado las tendencias autodestructivas entre los uniformados. Es imposible saber el número real de suicidios, porque muchos de ellos son camuflados como muertes en combate, según denuncian algunas familias y amigos de las víctimas.
“Ocurrió hace dos semanas”, contaba un conmocionado soldado en la Base Prosperity de Bagdad. “Una de mis compañeras se pegó un tiro en la cabeza mientras estaba en su barracón. No la conocía demasiado pero solíamos saludarnos cada día, y no me podía imaginar que estuviera pasando por un mal momento. Su compañera de barracón encontró el cadáver. El colchón, lleno de sangre, se pasó dos días en el exterior, a la vista de todos… Nos cortaron las comunicaciones durante toda aquella tarde, para que nadie contase lo ocurrido. Lo peor es que luego supimos que el Ejército había mentido a la familia, que le había dicho que había muerto en un ataque enemigo”.
A menudo, las agencias informan de “muertes en actividades relacionadas con los combates” en zonas de Irak donde no se están produciendo enfrentamientos o no hay actividad insurgente. Eso hace sospechar a algunos que el Pentágono disimula así el verdadero alcance del otro gran demonio de la tropa norteamericana, si bien una vez más un simple vistazo al interior de las bases constata que el problema es una grave realidad.
En uno de los centros de comando de la Base McHenry, al sur de Kirkuk, una circular del máximo responsable militar estadounidense, general Ray Odierno, fechada a principios de este enero, expresa su “profunda inquietud” por el aumento de los suicidios (140 soldados en activo y 71 desmovilizados sólo en 2009) e insta a los mandos a reforzar las medidas para impedirlos.
El aumento es del 25% respecto a 2008, cuando 268 uniformados se quitaron la vida. La nota está colgada en el panel de anuncios, a dos metros de una mesa donde se acumulan folletos sobre cómo advertir e evitar un potencial suicidio: “¿Tu compañero ha sido víctima de una ruptura sentimental? ¿Está deprimido? ¿Se refiere al suicidio? ¿Se ha iniciado o ha aumentado el consumo de alcohol o drogas? ¿Hace comentarios fatalistas sobre el futuro? No lo ignores: actúa”.
En algunos acantonamientos como McHenry, las condiciones de vida pueden resultar especialmente duras: no hay zonas de recreo ni tiendas donde adquirir prensa, libros o DVD; tampoco zonas deportivas. La base, que alberga a unos 400 soldados y un número similar de contratistas, es una de las más espartanas de la antigua Mesopotamia, pero eso no parece que influya en el comportamiento de los soldados. “Es una cuestión de fortaleza psicológica: la falta de estímulos hace que nos concentremos más en el trabajo”, confiesa un uniformado. En otras, claramente más cómodas para la tropa, los carteles que cuelgan de las dependencias públicas de las bases hablan por sí solos del alcance del fenómeno: “Nunca dejes a tu compañero solo. Vigílalo”. Se trata de implicar a la tropa, de crear una suerte de gran hermano colectivo para impedir que el número de suicidas siga creciendo.
FUENTE:PERIODISMO HUMANO
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